jueves, 29 de octubre de 2015

Perú – Arequipa I

Hace mucho que no revisito el viaje que hicimos por Perú en mayo de 2009, así que vamos a darnos una vuelta por Arequipa, en el sur del país, aunque como de costumbre, necesitaremos varias entradas.


Es curioso, porque veo las fotos y me cuesta reconocer lugares o edificios. Por desgracia, no puse los nombres en su momento, y mi diario, que era demasiado escueto en aquella época, no me ayuda a identificarlos. Recuerdo, en cambio, varias anécdotas como si nos hubieran sucedido ayer.

Por ejemplo, la visión de los volcanes que rodean la ciudad, desde una pista de aterrizaje por la que caminábamos después de haber sufrido algo de retraso por la niebla en Lima. Un trabajador del aeropuerto dejaba las maletas en la cinta como si no pesaran, dando la vuelta a aquellas que venían bocabajo. Igual que en Barajas…

Dejamos el equipaje en el hotel y nos lanzamos a caminar por esta bella ciudad. La momia Juanita nos esperaba en un museo muy interesante, en el que vimos un vídeo sobre los incas. Al levantarme me entraron mareos causados por la diferencia de altura (2335 m.) entre Lima y Arequipa. Menos mal que se me pasó enseguida.

El tráfico es tremendo, y hay infinidad de taxis, vehículos muy pequeños pintados de amarillo con ansias de crecer y llegar a ser Volvos.





El magnífico casco histórico está declarado como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Los edificios se suceden sin interrupción, cada cual más bonito que el anterior. No sé cuántos patios vimos, todos pintados de colores llamativos.




La mayoría de los 500 inmuebles catalogados como patrimonio fueron construidos en el siglo XIX sobre las ruinas de edificios coloniales destruidos por el terremoto de 1868.Casonas históricas conviven con palacios y edificios religiosos. La lista es interminable.    















Aquella primera noche ninguno teníamos fuerzas para cenar, abatidos por un virus estomacal como estábamos. Nos acercamos a un restaurante de la Plaza de Armas, donde nos dieron un líquido marrón con apariencia nada deseable, en una botella de Coca-Cola. Le dimos unos tragos y fue mano de santo; a la mañana siguiente estábamos como nuevos.

Otro día os llevo a ver La Recoleta, los miradores de los volcanes y, sobre todo, el Convento de Santa Catalina.